El discernimiento

Reflexión

Uno de los elementos más propios de la espiritualidad ignaciana, es sin duda alguna, el discernimiento, tanto en su modalidad personal como comunitaria. Nuestro Santo Padre Ignacio era un hombre de discernimiento, siempre a la búsqueda de la voluntad divina para cumplirla. Cada acontecimiento, circunstancia y momento de la vida de Ignacio era la ocasión propicia para buscar, hallar y cumplir lo que Dios quería. A ello le ayudó, y mucho, el ejercicio del discernimiento.

Obviamente, el discernimiento personal y comunitario, no se improvisa, necesita «modo y orden», una metodología que a lo largo de la historia de la Compañía de Jesús se ha ido depurando y concretando. ¿Cuáles son las condiciones básicas para un discernimiento ignaciano? Enumeraremos algunas: apasionamiento por la misión del Señor Jesús, de la que nosotros somos servidores, el anhelo profundo de que el Reino de Dios se implante en este mundo; Vivir la indiferencia de la que habla el Principio y Fundamento de los Ejercicios [EE 23], el coloquio de las Dos Banderas [EE 147], o la Tercera Manera de Humildad [EE 167], y todo ello para ganar libertad sobre apegos y afectos desordenados interiores o exteriores; capacidad para leer y acoger el lenguaje del Espíritu que se nos comunica por medio de consolaciones y desolaciones, para ello se requiere silencio, capacidad de interiorización y discreción para poder reconocerlo como el Espíritu de Jesús. El Espíritu sopla donde quiere y como quiere, pero siempre construye, sostiene y vivifica. Nunca arrasa ni genera aridez o sequedad.

El discernimiento comunitario requiere de un discernimiento personal previo, pero también de un reconocimiento y aprecio sincero por todas las personas que participan en dicho proceso. Es necesario también una buena capacidad de escucha, de acogida a lo que el otro comparte. Y todo ello hay que realizarlo en un ambiente de comunicación espiritual, donde se exponen las desolaciones y las consolaciones previamente reconocidas y formuladas por todos aquellos que participan en el discernimiento. Otro requisito básico que pide es la humildad y la apertura que se expresa en la adquisición de una mayor libertad interior para cambiar de opinión o de parecer tras el compartir espiritual. Y, por último, la responsabilidad y el compromiso de participar decididamente en todo el camino de discernimiento, asumiendo y ejecutando la decisión o la conclusión a la que se llegue, siempre y cuando se haya obtenido suciente lucidez y consenso.

Aprender a discernir, personal y comunitariamente, se aprende discerniendo. La insistencia del Padre Sosa en recuperar esta práctica tan ignaciana, pero a la vez tan necesaria para ser eles a la misión de Cristo es una excelente oportunidad para incorporarla a nuestro vida espiritual y comunitaria cotidiana.

Sagrada Escritura

Se acercaron los fariseos y saduceos y, para tentarlo, le pidieron que les mostrara una señal del cielo. Él les contestó: «Al atardecer decís: buen tiempo, pues el cielo está rojo. Por la mañana decís: ‘hoy seguro llueve, pues el cielo está rojo oscuro’. Sabéis distinguir el aspecto del cielo y no distinguís las señales de los tiempos. Esta generación perversa y adúltera reclama una señal; y no se le dará más señal que la de Jonás». Los dejó y se marchó.

Mt 16, 1-4


Esto os recomendamos, hermanos: a los perezosos amonestadlos, a los deprimidos animadlos, a los débiles socorredlos, con todos sed pacientes. Cuidado, que nadie devuelva mal por mal; buscad siempre el bien entre vosotros y para todos. Estad siempre alegres, orad sin cesar, dad gracias por todo. Eso es lo que quiere Dios de vosotros como cristianos. No apaguéis el espíritu, no despreciéis la profecía, examinadlo todo y retened lo bueno, evitad toda especie de mal. El Dios de la paz os santifique completamente; os conserve íntegros en espíritu, alma y cuerpo, e irreprochables para cuando venga nuestro Señor Jesucristo.

1Tes 5, 14-23

Texto ignaciano

«Ciertamente, en cuanto a los medios más expedientes y fructuosos, tanto para nosotros como los demás prójimos nuestros, había alguna pluralidad de pareceres. Y a ninguno debe causar admiración que, entre nosotros, débiles y frágiles, interviniese esta pluralidad de opiniones, pues los mismos apóstoles, príncipes y columnas de la santísima Iglesia, y otros muchos varones perfectísimos (a los cuales nosotros somos indignos de ser comparados aun de lejos), tuvieron tal vez entre sí diverso y aun adverso sentir, y nos dejaron por escrito sus sentencias contrarias.

Así pues, como también nosotros juzgábamos de manera diversa y andábamos solícitos y desvelados por hallar alguna vereda muy llana por donde caminando ofrecernos total mente en holocausto a nuestro Dios, a cuya alabanza, honor y gloria cediesen todas nuestras cosas, decretaos finalmente y establecimos, por sentencia concorde, instar con mayor fervor de lo acostumbrado a la oración, sacrificios y meditaciones; y después de aplicada de nuestra parte alguna diligencia, dejamos nuestros pensamientos ene el Señor, esperando en él, siempre tan bueno y liberal, que así como no niega el buen Espíritu a ninguno que se lo pida en humildad y simplicidad de corazón (antes lo da a todos abundantemente sin menospreciar a ninguno), tampoco nos faltaría, sino que nos asistiría, por su benignidad, con mayor abundancia de lo pedimos o entendemos.»

Deliberaciones de los primeros compañeros, Roma 1539

Reflexión personal

1.Qué experiencias de discernimiento persona y comunitario has tenido en tu vida dentro de la Compañía de Jesús? ¿Han sido positivas? ¿Negativas? ¿Han servido para poco?

2. ¿Es una práctica habitual en tu ser jesuita? ¿Debería serlo? ¿Crees que es algo residual en nuestra espiritualidad? ¿Por qué crees que últimamente se le da tanta importancia?

3. ¿Qué pasos crees que deberían darse para que el discernimiento personal y comunitario fuese algo más presente en nuestra vida de jesuitas? ¿Estás dispuesto a que la práctica del discernimiento sea una realidad concreta en tu seguimiento?

4. ¿Has ayudado a otros a discernir? ¿Estarías dispuesto a hacerlo?

Oración

PENTECOSTÉS

Eres, Señor, inundación, eres derroche. Como una linfa silenciosa empapas todo lo que es y lo que somos. Eres un Dios vertido. Déjame recogerte; como pepitas de oro cribarte en las arenas del río de la vida. Que yo te busque, te halle y te regale, como oro escondido, que no es mío; es de todos. No permitas, Señor, que Te acaudale, Te reserve y Te guarde. Que no me satisfaga el cuidarte y limpiarte como pieza curiosa de un museo para el turismo humano...

Enséñame a perderme. Y que me pierda. Dispón de lo que es Tuyo. Viérteme donde quieras, Señor, con tus dos manos. Siémbrame, sin medida, a tu voleo. Que no me guarde, trigo, sin pudrirme y sin dejar espiga, que engrose tu granero. Que, del pan, que Tú eres y me haces, se han de saciar miles de hambres... Tomad, Señor, lo que me diste y lo más Tuyo y mío: mi poder decidir sobre mí mismo. Decido ser amor y gracia como Tú. ¡Esto me basta!

Ignacio Iglesias, sj