La transformación personal: dónde me queréis llevar...

Reflexión

Confesémoslo abiertamente. La mayoría de las veces no resulta nada fácil ni grato dejarse llevar. Preferimos determinar nosotros mismos el camino a seguir conforme a nuestros propios objetivos e intereses. Ser agentes de nuestro propio deseo. Como jesuitas, además, solemos ser muy ‘nuestros’: independientes, autónomos y con «las cosas muy claras». Dejarse llevar por otro, renunciar a nuestro propio parecer, sin conocer previamente, además, cuáles pueden las intenciones de ese otro, supone arriesgarse demasiado.

Si ese otro es el Señor, parece que la cosa cambia. En principio. ¿Cómo nos vamos a negar a ser guiados, llevados, conducidos por Él? En Él confiamos plenamente y contamos con la inconmovible certeza de que nada malo puede provenir de su deseo para con nosotros. Esto es así. Pero, solo «en principio».

Porque bien sabemos que, en ocasiones, el Señor parece querer llevarnos por un camino un tanto difícil; que, a veces, parece estar invitándonos a emprender aventuras poco apetecibles o, incluso, arriesgadas. Y entonces, experimentamos que se remueven en nuestro interior resistencias profundas, que emergen miedos inconfesables, que nos asaltan temores profundos a que ese lugar adonde el Señor nos quiere llevar implique renuncias, desalojos, pérdidas, remodelación y puesta en cuestión de muchas afecciones que, sin apenas habernos dado cuenta, han ido tomando espacio en nuestro interior.

Sabemos muy bien que El deseo del Señor será siempre bueno para nosotros. Pero sabemos muy bien también cuántas veces, ese deseo puede venir a poner en cuestión muchos otros deseos nuestros que, casi sin darnos cuenta, se han ido configurando en la escucha y atención a esos ‘pensamientos’ que, estando ‘en mí’, vienen de ‘fuera’, y que no son otros sino los del «mal espíritu» [EE 32]. La contienda de las Banderas no cesa nunca en ese campo de batalla que es nuestro corazón.

El Señor, por otra parte, no nos seduce con falsas promesas. Nos lo ha querido dejar claro desde el principio. Seguirle lleva aparejado inexorablemente estar dispuestos a tomar la cruz, a renegar de nosotros mismos. Porque el proyecto al que nos convoca es hermoso –Reino de los cielos lo llamó– pero tendrá que afrontar la fiereza de un enemigo que, desde los campos de Babilonia [EE 140], esparce «innumerables demonios sin dejar provincias, lugares, estados ni personas algunas en particular» [EE 141]. Por eso, seguirle en la gloria, implica haber tenido el coraje de haberle seguido antes en la pena [EE 95].

Hoy, sin embargo, en «oración suave y quieta», podríamos preguntarle al Señor que adónde nos quiere llevar y, al mismo tiempo, pedirle que mueva y transforme nuestro corazón para ofrecernos con Ignacio a que Él nos guie y nos lleve adonde Él quiera. [DE 113]. Hoy queremos remover nuestras parálisis para ponernos en movimiento.

Sagrada Escritura

El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga. Porque si una quiere poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía la ganará. Y luego, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero a precio de su vida? ¿Y qué podrá dar para recobrarla?

Mt 16, 24-26

Texto ignaciano

Presupongo que son tres pensamientos en mí, es a saber, uno propio mío, el cual sale de mi propia libertad y querer, y otros dos, que vienen de fuera: el uno que viene del buen espíritu, y el otro del malo.
(Ejercicios Espirituales, 32)

El que da los Ejercicios, cuando siente que al que se ejercita no le vienen algunas mociones espirituales en su anima, así como consolaciones o desolaciones, ni es agitado de varios espíritus, mucho le debe interrogar cerca de los ejercicios, si los hace a sus tiempos destinados y cómo...
(Ejercicios Espirituales, 6)

...y con un sentir y hablar decía: Dónde me queréis llevar, Señor... [...] Después... con muchas mociones y lágrimas ofreciendo me guiase y me llevase...
(Diario Espiritual, 113)

Reflexión personal

1 Contemplar al Rey Eternal que, en este mundo concreto de hoy en el que me ha tocado vivir, con sus particulares angustias y esperanza, me llama a ponerme en movimiento, a sacudir mis rutinas, a remover mis fijaciones, a sanar mis parálisis y a salir de nuevo con Él en ese camino que mi misión particular de hoy me reclama.

2 Considerar, ante Él, cuál es hoy mi disposición a dejarme llevar o hasta qué punto me encuentro fijado, inamovible, resistente a cualquier cambio o transformación personal que me ponga de nuevo en movimiento.

3 Examinar cuál es en estos momentos de mi vida mi actitud de escucha o de sordera, de apertura interior o cerrazón a lo que el Señor puede estar esperando de cambio y transformación personal en este momento particular de mi vida. ¿Qué lugar ocupa en mi interioridad la «oración suave y quieta»?

Oración

Señor, tú me conoces bien y sabes cuáles son las ataduras, nudos, fijaciones y estancamientos que me impiden ponerme en disposición de cambio y transformación personal para proseguir en tu servi- cio. A veces –lo sabes– siento la pesadumbre de mi cuerpo y de mi alma que me impulsan a decir: no puedo más y aquí me quedo. Tómame de la mano, Señor, y álzame con tu mirada. Dinamiza mi cora- zón para que entienda que siempre hay lugar para el cambio, para el crecimiento, para seguir tus incansables pasos en la lucha por denunciar el daño que nos hacemos, por aliviar sufrimiento que sin saber por qué nos golpea, por infundir esa esperanza que Tú viniste a traernos.