La llamada a la misión
Cuando los Ejercicios nos ponen ante el espejo de nuestra falta de indiferencia (EE23), podemos tener la tentación de reducir moralmente este abismo entre lo que soy «capaz» de hacer y lo que Dios me propone. Es Dios quien restaura esta distancia; es Dios quien nos hace apóstoles.
A veces puedo sorprenderme diciendo frases del tipo: «no soy lo suficientemente bueno […] lo podría hacer mejor (…) tengo que esforzarme más», como si todo fuera una cuestión de pericia o de capacidad personal. Pero el convertirnos a la mirada de Dios es ya una opción por una misión entendida no desde nosotros mismos, sino desde el Señor.
Del mismo modo, reducir la Misión a tareas es una tentación continua en nuestra vida. Nos adentramos en esa tentación que supone pensarse mejor cristiano por tener la agenda más llena; de sentirnos más dignos por tener coros de gente que nos van diciendo a cada paso lo bien que lo hacemos todo. Y suavemente podemos «morir en vida», pues nos vamos creando nuestro espacio de fans donde siempre nos admiran y alaban todo lo que decimos. Pasan los días, las semanas, los años… y quizás nos vamos encerrando o contentando en nuestros pequeños muros que nos hemos construido. Unos muros y unos aduladores cada vez más invisibles. ¿Es esto a lo que nos llama el Señor?
Por eso el discurrir de la Misión encierra mucha sabiduría. El pensar la Misión más allá de la acumulación de tareas, ya que vivir el don de la Misión implica considerar, en primer lugar, la misión de redención que Dios está obrando en el mundo. Asumir el movimiento y la no estabilidad perenne puede llegar a ser –paradójicamente– el mejor acto de delidad a un lugar y unas personas que no quieres poseer.
San Ignacio nos invita a mirar reexivamente nuestra misión. No tanto como lugar donde desplegar mis capacidades, sino como la respuesta evangélica a una necesidad de la gente con la que me encuentro. No tanto desde la admiración del «hasta donde soy capaz de dar y trabajar», como por ser mi propia fidelidad y perseverancia icono de la de Dios para con la humanidad.
Es así como la Misión es invitación: otras personas que me rodean no compartirán mis tareas, sino mi sueño, que no es otro que el de Dios: la construcción del Reino. Por eso la espiritualidad ignaciana tiene en lo apostólico algo muy sustancial a su propuesta y siempre tiene un ojo en esa realidad que pretende transformar y acercar al Evangelio.
En nada damos mal ejemplo a nadie, para que nuestro trabajo no caiga en descrédito. Al contrario, en todo damos muestras de que somos siervos de Dios, soportando con mucha paciencia los sufrimientos, las necesidades, las estrecheces, los azotes, las prisiones, los alborotos, el trabajo duro, los desvelos y el hambre. También lo demostramos por la pureza de nuestra vida, por nuestro conocimiento de la verdad, por nuestra tolerancia y bondad, por la presencia del Espíritu Santo en nosotros, por nuestro amor sincero, por nuestro mensaje de verdad y por el poder de Dios en nosotros. Nos servimos de las armas de la rectitud, tanto para el ataque como para la defensa.
2Co 6, 3-10
Para mejor acertar en la elección de las misiones para las cuales el Superior envía a los suyos, téngase la misma regla ante los ojos, es a saber, la de tener presente el honor divino y el mayor bien universal. Porque este criterio puede hacer posible que se acierte mejor a la hora de enviar más bien a un lugar que a otro.
[Constituciones 623] (adapt.)
El 3º: los que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y Señor universal, no solamente ofrecerán sus personas al trabajo, mas aun haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano, harán oblaciones de mayor estima y mayor momento, diciendo:
Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante vuestra innita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y de todos los sanctos y sanctas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como spiritual, queriéndome vuestra santísima majestad elegir y recibir en tal vida y estado.
[EE97, 98]
- ¿Cómo he ido creciendo en mi sentido de misión? ¿He sentido alguna vez ser enviado como a corderos en medio de lobos? (Lc 10, 3)
- Considerar delante de Dios el peligro de encerrarnos en nuestros propios reductos apostólicos cómodos, sin dejar que entre la novedad radical del Evangelio y la invitación de Dios de salir en busca de la realidad más necesitada.
- ¿Cómo nos podemos ayudar a vivir y compartir más nuestra misión individual? Las comunidades no deben ser una acumulación de personas que tienen su vida aparte, sino que la comunidad es misión.
Padre:
Ponemos en tus manos nuestros deseos, capacidades y la voluntad que tenemos de servir de los demás. Te pedimos que, a imagen de tu Hijo, sepamos poner el bien de las personas por encima de nuestros propios intereses. Mueve nuestros corazones para buscar siempre lo que responde a tu llamada.
Haznos disponibles para aceptar la llamada a transformar la realidad; para aceptar que la Misión es una respuesta que damos al amor gratuito que nos das. No podemos dejar de comunicar aquellos que hemos recibido. Deseamos que cada vez más personas se suban al barco y podamos construir esta sociedad distinta, más afín con tu sueño.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén