Las celebraciones por las canonizaciones de Ignacio y Javier en 1622 no solo tuvieron lugar en Roma. Semanas y meses después se irían extendiendo por muchos de los lugares donde la Compañía de Jesús ya estaba presente a principios del siglo XVII. Se describen como fiestas a la usanza barroca, a medio camino entre lo religioso y lo profano, que servían para emocionar al pueblo.

Conocemos que en las fiestas de Méjico se formaron dos ejércitos: de una parte la Religión acompañada por las virtudes teologales y por otra la Idolatría, a quien secundaban la Infidelidad, la Envidia y la Presunción. Entre ambos ejércitos se entabló una pelea en la que los actores eran niños, alumnos de los colegios. En el colegio de La Flèche de París se representaron durante las fiestas de la canonización varias obras de teatro sobre San Francisco Javier en Japón. En la ciudad de Toledo, entre otros espectáculos, destaca la representación de la comedia de “El gigante Golías”, una composición escenográfica con animales vivos que se ejecutó en la plaza de la Compañía de Jesús donde se mezclaron globos gigantes, carros de autos sacramentales y escenarios con castillos y navíos.

Mención aparte merecen las celebraciones en la villa y corte de Madrid, donde se celebraba también con gran fervor la canonización de su patrón San Isidro Labrador y de los otros canonizados españoles, los dos jesuitas y Santa Teresa de Jesús. El arquitecto Gómez de Mora, entre otros, fue el encargado de diseñar ocho pirámides que se convirtieron en el ornamento decorativo de las plazuelas de la Cebada, calle de Toledo, plaza de San Salvador y puerta de Guadalajara. Todo Madrid fue engalanado por las noches con faroles y hachas. El Colegio Imperial de la Compañía levantó delante de su edificio un altar sobre el que se alzó un castillo que evocaba el de Pamplona y su puerta principal dejaba entrada al recinto, donde una imagen de San Ignacio, en traje de peregrino, aparecía ofrendando sus armas a la Inmaculada. El punto álgido de las fiestas en la ciudad tuvo lugar la tarde del 19 de junio en la que una importante procesión recorrió las calles madrileñas. A pesar del aire y la lluvia, nos relata Lope de Vega, antiguo alumno de la Compañía, aquella marcha aunó la representación de cuarenta y seis villas que enviaron a desfilar cruces, pendones, cofradías, clérigos, alcaldes, regidores y alguaciles y donde destacaban los carros dedicados a los cuatro elementos. No faltaron tampoco en los festejos juegos como las “cañas, estafermo y toro encohetado”, ni los fuegos artificiales durante dos noches.

Ornamentos, luces, danzas, música, teatro y poseía por todo el mundo, para conmemorar estas canonizaciones, mezclando el fervor religioso con la diversión popular.